martes, 18 de marzo de 2014

Buscadores de hierro

La fiebre del oro marcó la inmigración en el siglo XIX. La pobreza marca la del siglo XXI. En aquella época se nutrían de la riqueza de la tierra, en está de la riqueza de las ciudades. Y entre la rutilante Barcelona pasean a diario, entre nosotros, los buscadores de hierro, sin que seamos conscientes de su número. De su historia, de su pobreza crónica,  que afrontan con indiferencia.

Las promesas, el viaje

En 1896 se dio la conocida como fiebre del oro en Alaska, fue un frenesí de inmigración en pos de prospecciones auríferas a lo largo del rio Klondike, cerca de Dawson City, Yukón, Canadá.  Los buscadores de oro de aquella época viajaban miles de kilómetros en busca de una vida mejor.Jack London se inspiró en este periodo para escribir Colmillo Blanco.

“Era el verano de 1893, y miles de aventureros que iban en busca de oro remontaban el Yukón hasta Dawson y el Klondike. Distantes aún a centenares de kilómetros del punto al que se dirigían, muchos llevaban ya, sin embargo, un año de viaje, y lo menos que había recorrido cualquiera de ellos era unos ocho mil kilómetros, lo que no resultaba nada en comparación con las distancias hechas por los viajeros que venían desde la otra parte del mundo. Castor Gris no se hubiera aventurado a emprender tan largo viaje si no esperara obtener del mismo óptimos frutos. Pero la realidad superó en mucho a lo soñado.” (Colmillo Blanco)

Mor vino hace siete años a España en busca de trabajo. Al igual que él, aún hoy miles de personas siguen intentando entrar en Europa. El continente se ve como una tabla de salvación para ciudadanos sin un futuro en sus países de origen. Aunque al igual que el frio de Alaska, Europa supone una fortaleza inexpugnable. Que se ve reforzada por gobiernos progresistas ante la avalancha de inmigrantes. Ahora es actualidad, tragedias como Lampedusa o las verjas de Melilla son el día a día de estos soñadores que buscan la prosperidad que no encontrarán. Los lujos engañosos que los medios de comunicación muestran del norte. Mor alucinaba solo de ver puertas que se abrían con mandos, coches de todos los modelos, televisiones y ordenadores. Ahora sobrevive recogiendo estos sueños gastados de la calle.

Castor Gris era indio y el dueño de Colmillo Blanco y con él emprendió el viaje hacia Yukón. Cruzaron todo el rio Mackenzie en busca de prosperidad. El viaje fue largo y duro, propio del invierno que endurecía a la población de la zona. Les enseñaba a sobrevivir. Al llegar a Yukon, Castor Gris no sabía el infierno que le esperaba vivir. Conoció al diablo encarnado en botellas de Whisky, el mismo diablo que le haría desprenderse de su fiel compañero, Colmillo Blanco, y vendérselo al despiadado Hermoso Smith el mismo que le había mostrado esos vicios. Como muchos otros indios americanos Castor Gris se volvió alcohólico.

Senegalés de 33 años, en su país tenía una tienda con su padre, un supermercado. Les iba bien, hasta que llegó su tío y se convirtió en su jefe. “Así que abrió su propio supermercado. Pronto generó beneficios y pronto cerró ese capítulo. “Ni mi padre, ni él sabían de negocios y a mí no me gustaba que me mandasen”.Con sus amigos hablaban del norte, de Europa, querían honrar a sus familias en busca de una vida mucho mejor. “Si allí no tienes estudios no eres nadie”. Y ese sentimiento de frustración fue el que le engañó para venir en busca de su yo idealizado.

Viajó desde Senegal hasta llegar a Mogadiscio donde cogió una patera junto a otras 50 personas. Durante el viaje, el frío y el oleaje asustaban a la tripulación, que aguantaba en un barco precario que finalmente llegaría a las Canarias. Una vez allí les transportaron en avión hasta la península. El lugar donde llegaban dependía de la familia que tuvieran en España, Mor mintió asegurando que tenía familia en la Ciudad Condal. Durante los 15 primeros meses trabajo en la construcción como peón, todo le iba bien, tenía dinero para enviar a casa y tenía casa para vivir en buenas condiciones. Y ahora aún sigue aquí. Él conoció otro tipo de diablo el de la escasez, el que le hace trabajar recogiendo chatarra, dejándose su vergüenza en cada cubo. “Yo nunca me hubiera imaginado esto, si hubiese sido así probablemente no hubiese venido”. No le gusta que le hagan fotos, no le gusta que retraten su vida, se avergüenza. Allí era alguien, tenía su trabajo, aquí no.
El hombre blanco y el capital

Cuando Colmillo Blanco llegó a Yukon jamás había visto una raza de hombres diferentes a los indios.  El lobo se dio cuenta de lo despiadado que podía llegar a ser el hombre y de cómo la avaricia y la codicia convertirán al más bondadoso en el perro más rastrero. La violencia con la que Hermoso Smith le educó, le transformó, y su única forma de relacionarse con el resto de perros terminó siendo la violencia. Hermoso Smith llevaba las peleas de perros de la ciudad y Colmillo Blanco era él más feroz depredador que jamás había visto.

Alseni, tampoco había convivido jamás en una sociedad dominada por el hombre blanco. Él está por encima de Mor en la jerarquía del reciclaje. Él tiene papeles y alquila una de las tantas chatarrerías que hay en Bogatell (Barrio marítimo de Barcelona). Hasta que no llegó a Barcelona no supo lo que era la pobreza, tampoco antes se había preocupado de los céntimos, que ahora marcan cada una de las transacciones y tampoco antes había negociado de forma despiadada con sus compatriotas hasta que entro en el mundo capitalista y se dio cuenta de que cada uno tiene que sobrevivir como puede.

Las noches

Fuera hace frío y la luz de dentro está encendida. Dos pequeños agujeros estructurales de la verja me permiten ver lo que se esconde. Por el agujero de la derecha veo  rejas de carritos de supermercado y se puede imaginar el tamaño de la nave por una luz de cocina, blanquecina, que ilumina la sala. En el fondo una nevera blanca.

En el agujero de la izquierda se ven más carritos customizados preparados para la mañana siguiente. La puerta es verde y tiene un grafiti plateado que no parece entorpecer. Alseni y su pareja se acercan, desconfiados no entienden qué hago allí. Yo tampoco sé quiénes son pero parecen tener más derecho que yo de estar allí. Tras la breve explicación de mis insistentes golpes en la puerta, Alseni se da cuenta  de que las luces de dentro están encendidas.

Su mujer ha venido a recogerlo está cansada y con una sutil sonrisa le pide que vaya rápido. Él aspira el cigarrillo que sostiene entre sus dedos de su mano derecha mientras rebusca con la izquierda las llaves en su bolsillo. Llevan todo el día trabajando están cansados.

Abre la puerta y me cuelo detrás de él, traspasando la frontera que llevo minutos golpeando. Me ofrece subir y subo. La nave tiene dos pisos. Al piso de arriba se accede a través de una escalera situada al final de la sala. Pero antes hay que llegar a ella caminando por las diferentes zonas que dividen el amplio piso de abajo. El pasillo central, donde por el día hacen cola los carritos, por la noche está vació y sin interrupciones llegamos a la escalera, a los dos lados el desorden de una chatarra organizada.

La sala de abajo queda dividida por columnas de acero verdes que sujetan el piso de arriba. A pocos metros de la puerta se amontonan las neveras blancas y los calefactores y justo antes de llegar a la escalera a mano izquierda bidones de metal de gasolina donde se colocan los cables. A mano derecha un pequeño cuarto de baño sucio e inmundo, peor que uno de carretera. Su puerta también es verde, el mismo verde de las columnas, el mismo verde que el de la puerta. El verde del escaso dólar que ronda por sus bolsillos.
El piso de arriba, es como un teatro, unas barandillas protegen al despistado de una posible caída. El gran agujero central permite ver la chatarra sin movimiento tal como la dejaron ayer tal como la recogerán mañana.  El ordenado piso de arriba contradice la primera impresión del desorden del piso de abajo, es rutina, pura rutina la que desordena.

Arriba solo una gran mesa de comedor presidida por una gran televisión de 52”. Alseni me dice que no funciona, allí nada funciona. Dos despachos sin su función natural son usados como cambiadores, son las únicas salas, añadiendo el baño que tienen puerta. El resto está desnudo emancipado de cualquier intimida, todos ven lo que todos hacen. Desde fuera se oye a la chica de Alseni.

-“venga vamonós.”

Alseni lleva desde las desde las ocho de la mañana en el local, son las ocho de la noche. Entre un chatarrero y otro, pasan doce horas pensando y poniendo precio a los distintos conjuntos de chatarra que han sido transportados por los carritos que ahora parecen descansar desprovistos de su motor, incansables chatarreros, como Mor, que recorren a diario la ciudad de Barcelona.  Su local, que es grande y perfectamente visible, es marginal y se mantiene en una ilegalidad permisiva, esperando que ninguna denuncia lo cierre.  Cierra la puerta y se va.

Los días

Por la mañana el primero en levantarse es Alseni, abre el local esperando a los chatarreros. Mor, sin embargo aún está en la cama. Él se pone sus propios horarios. A las nueve suele llegar a Barcelona desde Granollers aunque a veces pierde el tren y llega a las 9:30. Trabaja sin descanso hasta que se cansa. Hay buenos y malos días. La media son diez euros por una jornada laboral que de media dura diez horas, aunque ahora en invierno, la reduce a ocho.  “Sin luz se encuentran menos cosas”. Eso sí en sus ocho horas no tiene descansos, no tiene pausas para el cigarro, no tiene pausa para el desayuno, ni para la comida, ni visitas a Facebook, ni vacaciones, ni derechos sociales.

Él tiene reglas, algunas propias, otras comunes. Cuando recoge el carro en Bogatell, saluda a sus competidores y amigos, que también van a rebuscar en los mismos cubos de basura que él. N´Fally es de Costa de Marfil, tiene unas rastas negras y le gusta la marihuna. Ya por la mañana está fumando, y es el primero en salir del local con su carrito. Minutos más tarde sale Mor, que mira los cubos cercanos sin ningún tipo de aspiración a encontrar nada, ya los han mirado antes. El atuendo del chatarrero, está compuesto por ropa resistente y guantes un elemento fundamental, en los containers hay cristales y cosas puntiagudas, además los cubos de basura no son muy higiénicos.

Tras recorrer un par de calles nos encontramos N´Fally, su carrito está boca abajo y sus largas rastas han perdido la coherencia que tenían cuando salió. “Mor la rueda no funciona, no sé qué hacer”. Mor no fuma, se toma su trabajo enserio, dice que prefiere llegar temprano a casa que perder el tiempo. Trabaja cinco días a la semana, aunque con dos o tres tendría para vivir. Los otros días trabaja para su familia a los que envía parte de sus ingresos. Le esperan en Senegal.

Cuando abre un cubo sabe si ya han estado allí antes si las bolsas de basura están rotas. Si no han estado, investiga  y si ve algo lo recoge; cables, ropa, acero, aparatos; pero lo que más busca es el hierro, es lo que mejor se paga. Cuando cierra el cubo mete todo dentro, no deja nada en la calle, cuanto menos moleste menos le molestaran. Si ve una obra pregunta por los desechos, si encuentra una tele la vende en una tienda por dos euros y cinco si tiene mando a distancia. Si encuentra zapatos los vende a alguna amiga que se encuentra por cincuenta céntimos, y si encuentra tres pares se los vende por un euro. El recolecta y distribuye, aprovechando los desperdicios de la sociedad consumista. Y cuando ya no consigue colocar nada más lleva el resto de cosas al local donde Alseni se lo comprará.

En Yukón se pasaban el día en el río buscando pepitas de oro. A los miles de inmigrantes que iban a hacer fortuna se les llamaba buscadores de oro. Los inmigrantes que vienen a Europa son buscadores de hierro. Lo que de por sí sirve para comparar las aspiraciones de unos y otros. Durante la fiebre del oro viajaban en barcos desde Australia, Inglaterra y Estados Unidos, doscientos años después los inmigrantes siguen viajando en barco cegados por los sueños, mientras nuestros piratas ya navegan por la red, los suyos siguen estancados en el mar.

Las ventas

En Yukón también había gente como Alseni que compra a un precio y lo vende en grandes cantidades sacando un beneficio. Alseni es un intermediario. Tiene una gran furgoneta que carga dos veces por semana y la lleva a la planta de reciclado donde le compran la chatarra. Chatarra que primero ha comprado a los buscadores de hierro. Al lado de la puerta del baño, en el piso de abajo tiene su  mesa de negocios. Encima, una caja fuerte, una calculadora, unas hojas de papel, mucha suciedad y un par de bolígrafos. Es su atuendo. Con él anota y calcula el dinero que tiene que ir dando a los distintos buscadores. Cobre a cuatro, bir a tres, cables a cinco, hierro a diez..

Un peso, en el que todos confían, marca la cantidad de chatarra que el buscador ha traído, y que organizan para pesarlo por materiales. Después los trabajadores de Alseni gritan el peso y el material, él lo apunta y mientras los trabajadores lanzan la chatarra a su respectivo rincón, según material. Alseni, con una fácil regla de tres, paga. Y así uno tras otro, los buscadores de hierro que hace un momento hacían cola, cobran y se van.

-Ya tengo para tabaco.

Dice un buscador tras cobrar su jornal, seis euros.

El fin

El alcohol marcó la vida de Castor Gris al igual que la pobreza marca la vida de Mor y de Alseni y de todos los buscadores de hierro de la ciudad. Castor Gris era un personaje de Jack London, los buscadores de hierro son personajes de la realidad. Castor Gris ejemplifica la vida de aquella época, Mor retrata la vida de hoy. Castor Gris regresó fracasado a su aldea para salvarse, Mor no admite el fracaso.

Samuel Nacar @mr_nacar