jueves, 13 de febrero de 2014

El azar y demás avatares diarios

La delgada línea que separa la vida de la muerte, el éxito del fracaso, al artista del más común de los mortales.  Una decisión, una casualidad, un  minuto o los tres segundos de la final de Baloncesto de las olimpiadas de Munich 72.

La vida, un complicado y estructurado todo, que se descompone por una decisión, una casualidad, o los tres segundos que la URSS tardó en remontar el partido. Los mismos tres segundos que se tardan el leer el ganador de un Óscar.

Hoy hay nubes avisando de tormenta, parecen estar a punto reventar en una lucha encarnizada de rayos y truenos, pero no termina de llegar. Como el fin de un polvo que parece estar durando demasiado. Pero las nubes prosiguen en su empeño por ennegrecerse, y tú sigues follando en tu empeño por correrte. Como el muerto en vida, como los jugadores de la URSS, tras la resaca de la victoria, o el ganador del Goya de honor tras una semana.

Su vida, cambió en  pocos segundos, tal vez en tres, fruto de una decisión, influenciada por una casualidad. El mismo tipo de decisión que llevó a Ivan Edeshko a lanzarle la pelota, que cruzaría todo el campo, a Alexander Belov. Una decisión improvisada que dejas completamente al azar.


Su vida, era una tormenta, otro famoso deprimido. Una sensibilidad de artista, de Truman Capote, al que interpretaría en alguna película. Un carácter bipolar, una línea muy delgada entre la felicidad y la infelicidad. Entre la perfección y la normalidad. Un segundón que no supo encajar el éxito o no pudo desprenderse de él, cuando se lo quitaron, de forma despiadada, en tres segundos. Los tres segundos que se tardan en leer al ganador de un Óscar.

El estrés, tal vez, la rutina, el ensayo, los viajes constantes, gastos y más gastos, el perfeccionismo, la voluntad, el amor, el odio, la familia, o la soledad. Quien sabe, tal vez todas, o ninguna, le llevaron  a drogarse. Lo que es seguro, es que algo pasaba, una gris tormenta se ennegrecía lentamente hasta que estalló.

Un cajero, dos cientos euros, el Bronx, heroína, una cama, un brazo, una vena, una aguja, y estalla. No sé lo que empieza tras esos segundos de éxtasis absoluto. Sé que sin drogas, se puede conseguir, probablemente los jugadores de la URSS lo sintieran cuando ganaron, al enemigo, al gran gigante americano. Pero tras esos tres segundos, necesitas más, más éxito, y más éxtasis en tu día a día. Él, llegado el momento, lo necesitó.

No lo necesitan, los artistas que nunca consiguen caer desde tan alto. Tal vez alguno de los jugadores americanos, que se sintieron estafados. Y todos los del grupo de los "27", que se sentían muertos en vida.

Él ya había caído bajo en su juventud, lo que le hacía fuerte y a la vez se convertía en su talón de Aquiles, la voluntad, frágil, que se rompió tras 25 años. 25 cinco años en los que no visitó un cajero, para ir al Bronx a por heroína. Un apartamento en Nueva York, un Salón, un sofá. Una cuchara, un mechero, una llama. Agua y heroína. Una jeringuilla, llena, la aguja, una vena, un pinchazo. Unas nubes que se evaden, un polvo que llega a su fin, tres segundos que preceden a una calma placentera. Éxtasis absoluto, rutinario para él.

Él se pinchó en el brazo, lo encontraron a la mañana siguiente. Una decisión, que dejó al azar, que péndula entre la delgada línea entre el éxito y el fracaso.  La pelota que sigue en el aire y que cada vez se acerca más al suelo, manos, en este caso seis, están luchando por hacerse con él. Kevin Joyce, y Jim Forbes, los defensores americanos, sus manos, las otras dos que les quitan el balón, su fracaso. Un pinchazo, que péndula, en el mismo porcentaje de azar que la pugna por el balón, entre el subidón más supremo  y la sobredosis más mortal, y disfrutas los tres segundos, con adrenalina, y termina por decidirse, esta vez sí estalló. Seymour Hoffman murió en su salón.
http://www.youtube.com/watch?v=k0F7IxE6jpY